lunes, septiembre 04, 2006

LA ESPERANZA implantacion celulas madre TESTIMONIO

un mes del trasplante de células madre
Martín Amaral

Estimados y estimadas amigas.

Hace unos días que se cumplió el primer mes de que me realice la operación de
trasplante de células madre en el hospital Británico de Montevideo, con el Dr.
Roberto de Bellis; poco más de un mes de lo que fue una verdadera aventura
personal por todo lo que implicó e implica: la carga existencial, la económica
y las dificultades del traslado y las distancias.

Pero aventura y apuesta ante todo por la dimensión humana, por la enorme carga
emotiva y de ansiedad que contiene la búsqueda afanosa de alternativas a esta
voraz enfermedad compartida y que se empeña en minarnos moral y físicamente
todos los días.

Por eso hice un viaje largo desde mi México, desesperado y salvando con la
fraternidad de muchos amigos los altos costos económicos, hasta Sudamérica, a
sabiendas, sin embargo, de que nada seguro tenía, salvo la certeza de que la
vida es tan bella y provocadora que estoy dispuesto a probar todo -bueno casi
todo: nunca usaría nada que atente contra la propia vida, como las células de
embriones-.

Les cuento lo más sinceramente cómo ha ido la cosa: Los primeros días,
digamos las primeras semanas fueron de obligado reposo, recomendado no por De
Bellis, que escasas recomendaciones post-operatorias me hizo, sino por mi
médico de acá. Excepto decir que si habría cambios o mejorías estas pudieran
ocurrir después del segundo o tercer mes. Incluso De Bellis no prometió nada.

Llegué a mi ciudad (Culiacán) sin molestias, a excepción de un escandaloso
hematoma o magulladura en la ingle derecha, en donde me trataron de insertar la
manguera o catéter para sacar la sangre para separar las células madre de mi
sangre.

El moretón era feo y ahora ya desapareció. Lo peor es que al final el catéter
lo metieron en el pecho, donde entró fácil. Salvo eso, y a veces breves
sensaciones en la columna donde hicieron una breve incisión para entrar con el
laparoscopio, nada me ha molestado físicamente.

Confieso que poco o nada espectacular ha sucedido en este primer mes, como uno
desearía en el delirio de "curarse".

Ahora bien, les comento algunas cosas que más que yo, ha sido mi esposa, Luz
María, quien las ha advertido: Como parece que es común, cada vez que
bostezaba mis dos manos temblaban como loquitas. Ese temblor bochornoso -sobre
todo cuando pasaba en la oficina- a desaparecido o casi desaparecido.

Otra cosa detectada es que cuando caminaba con un libro bajo el brazo -mi
mayor placer es ir a un café a leer- o cuando trataba de ayudar a recoger la
mesa llevando algún plato o vaso, estos me temblaban notoriamente en las manos.
Eso ha bajado mucho también.

Las fasciculaciones también han disminuido, tanto en su frecuencia como en
intensidad, algo que durante los primeros meses más me angustiaba y me
molestaba para conciliar el sueño. Me han bajado asimismo los calambres en las
piernas durante la noche, aunque en los antebrazos y manos se han incrementado.
Vale la pena decir que yo no ingiero hasta ahora ningún medicamento para
evitarlos, tampoco tomo Rilutek, aunque este último si desearía tomarlo.

Lamento, por mí, decirles que mi voz cada vez falla más, volviéndose más
gangosa o pastosa. Esa es una de mis mayores angustias y pesares, pues en el
trabajo he dejado de hacer cosas que eran importantes o cuando recuerdo que
conduje varios años un programa en la radio cultural de la ciudad. Ni modo.

Mientras tecleo estas palabras que acaso salen deshilvanadas, mi esposa, de
cerca me pregunta qué hago: escribo para el Grupo, le digo. Y le comento lo que
pongo. Ella me responde que lo que mayormente ha notado es que siente que la
enfermedad ha menguado en su virulencia, en su ferocidad; lo cual comenta ella,
no es tampoco cosa pequeña. Recuerda, me dijo: Antes de ir a Montevideo
decíamos que con que se detuviera ya ganábamos.

Quizá sus palabras sean las más certeras: pues la de ella es una mirada
distinta a la de uno, que es muy parcial o deformada por los propios demonios
que la enfermedad descarga en uno.

Algo más me ha pasado que, por pena dudo mucho en ponerlo pero creo que por
honestidad debo incluir ya que este registro puede ser provechoso de alguna
manera: mi vida sexual ha mejorado mucho debido a la respuesta de mi cuerpo. No
es que antes no hubiera deseo o falta de libido, sino por problemas de
erección. Ahora ese aspecto ha mejorado notablemente. Es la primera vez que
hablo de este tema e ignoro si sea algo común a la enfermedad. El neurólogo
que me diagnosticó me dijo que no era extraño por el daño en la médula.

En resumen, esto es lo que hemos percibido estas semanas, durante las cuales he
leído a diario los correos colectivos y las notas del Blog. Confieso que ha
habido momentos donde la depresión me ha ganado, donde me entra el desgano de
ir a la terapias que hago, donde nomás quisiera dormir para soñar que no tengo
nada, que todo es un mal sueño, una mala broma de la que me despertaré en
cualquier momento. Me apena mucho no haber felicitado a Carlos Fernández por su
cumple o respondido algunos correos.

Pero por mala suerte la realidad es real. Jorge Luis Borges tiene un bello poema
sobre esta sensación.

Sin embargo, los malos momentos no son muchos y los trato de aprovechar para
sacar las lágrimas atravesadas, para respirar y tomar fuerza de nuevo.

Esa fuerza la asumo todavía más cuando veo o pienso en las decenas de niños y
jóvenes con discapacidad que mi esposa atiende en un programa no gubernamental
que fundó y dirige desde hace más de 15 años: Masválidos, se llama la
organización.

Son niños de familias muy pobres que sobrellevan parálisis cerebral y un
montón de daños y síndromes discapacitantes. Cuando los miro peleando,
luchando, riendo, estudiando, haciendo música, viviendo pues, me animo y me
entra algo de vergüenza también.

Me explico: ellos son niños y jóvenes que en su mayoría nacieron con el
problema, nunca corrieron, nunca agitaron sus brazos en una cancha de fútbol,
no fueron a la escuela convencional, su vida ha estado más acotada siempre.
Aún así no son infelices tanto por sí mismos como por los problemas de sus
familias.

En cambio. Quienes peleamos con la ELA, quienes sobrevivimos a la ELA, tuvimos
media vida o casi toda una vida completos, con un cuerpo que nos respondía, que
nos llevaba, que nos servía sin reparos.

Conocimos entonces la contracara de la plenitud, una plenitud que, por cierto,
muchas veces ignoramos, despreciamos o dilapidamos.

Cuando veo esta perspectiva me siento indigno de mi tristeza.

Claro, podrá decir alguno, entonces estamos peor nosotros, pues haber tenido un
cuerpo pleno y perderlo es peor pues el recuerdo te agobia.

Pero yo no lo creo así. En mi caso viví 38 años completo, en ellos hice casi
todo lo que desee: estudié, vagué, me casé un par de veces, y tengo ahora una
mujer esplendida y generosa, trabajé en lo que quise, sobre todo en el área de
cultura, tuve una hija que ahora acaba de cumplir 14 años, tengo a mi madre y
mi padre, a mis hermanos, escribo en un periódico, hice amigos y conocidos que
ahora pagaron mi operación y mi viaje, sigo manteniendo un trabajo interesante
en una dependencia pública donde asesoramos a organizaciones filantrópicas...

Creo que debo dar gracias por lo que tengo e hice y no lamentarme y llorar todo
el tiempo por lo que perdí o pierdo.

Es común la frase de no pedir más horas a la vida, sino más vida a nuestras
horas. Yo la suscribo plenamente.

Espero con esta carta, que ya se alarga demasiado, volver a estar frecuentemente
con ustedes. Les mando un abrazo grande y renovado.

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2 comentarios:

susrey dijo...

Hola Carlos, tus palabras me emocionaron muchisimo. Soy amiga de Elisa, la conocí el año pasado de visita en bs.as. un ser excepcional. Pido a Dios que esta operación tenga en ti si no la recuperación como dice tu esposa se detenga, supongo que eso es mucho. Solo sabe Dios porque los a elegido, pero no olvides que cada uno de nosotros lleva su cruz de una manera u otra. Mucha fuerza amigo y que los cientificos encuentren prontito la cura para esta enfermedad. Cariños. sus

Anónimo dijo...

Esta fue la respuesta que dí a Silvio acerca de si vale la pena el trasplante de células madre, en mi experiencia personal (y por ello subjetiva, pues no hay pruebas clínicas o algo parecido); pretendía hacer un reporte, pero al final creo que aquí expreso de forma sucinta cómo va la cosa.
¿Qué decirte, qué palabras exactas usar en casos como el nuestro en donde nos coartan las esperanzas?
Te soy honesto: cumplí 2 meses del trasplante, tiempo dado por De Bellis para empezar a ver cambios. Por supuesto que uno se carga de anhelos, que la familia desearía verlo volver a uno de la operación como repuesto, caminando normal, hablando bien.
Pero nadie nos prometió una cura radical. En mi caso no hay engaño, más bien al contrario, De Bellis fue siempre parco.
A dos meses esto ha pasado:
1.- Las fasciculaciones han bajado notablemente; en escala de 1a 10, estando antes en 10, ha llegado a 3.(¿indica esto alguna cosa? A saber, al menos la angustia decrece)
2.-Los calambres en los mismo términos.
3.- Al momento de bostezar no me tiemblan más las manos.
4.- Las manos están más relajadas, pues la tenía medio engarrotadas, también tengo más fuerza, la cual siento cuando estrecho las de otras personas.
5.- Cargo mi libro bajo el brazo y no me tiembla.
6.- Llevo mi plato al fregadero y no se me cae.
7.-Al bañarme me alcanzo los pies, es decir puedo alzarlos para enjabonarme, antes no.
8.-Mi aspecto en general ha mejorado.
9.- Mi esposa, máxima autoridad en la materia pues me cuida y mira todo el tiempo, esta segura de que se ha "ralentizado" (dirían los sangrones) o detenido la ferocidad de la enfermedad. Lo cual no es poca cosa para mí.

No ha habido cambios en la voz, tampoco en la marcha, que incluso esta algo peor: hablo pastoso y camino lerdo, espástico, para lo cual uso un bastón. Sigo trabajando medio día, por las tardes hago distintas terapias, la que más me gusta es ir a leer a una cafetería.

¿Poco, nada, suficiente? Esos términos, camarada, son tan vacuos y subjetivos para nosotros.
¿Vale la pena? Sí, creo que vale la pena, incluida la sangría económica, porque nada existe, ninguna avenida, ni vereda que nos dé esperanza como este experimento.

Al menos sé que busco, que averiguo, que hago lo último que hay, la vanguardia. Lo otro es esperar y consumirse.
Nunca se da tanto como cuando se dan esperanzas, escribió un clásico.
Yo estoy esperando, creo que ha pasado poco tiempo.
Carmen, una sevillana con ELA y que escribió un libro sobre el lenguaje de la mirada o algo así, dijo algo que juzgo notable y que creo nosotros comprendemos mejor que nadie.
Dice que para seguir adelante tiene tres cosas: algo que hacer, alguien a quien amar y algo qué esperar.

Suscribo sus palabras. Espero, confío, pido, me esfuerzo.

Un abrazo grande, fraterno y sostenido a todas y todos.

Martín Amaral